Absent-minded professor
"Absent-minded professor," un arquetipo sumamente arraigado en mi querido pueblo estadounidense, que aun no encuentro como traducirlo al español de Costa Rica. Ejemplos de estos hay muchos, mientras estuve en el Tec (ITCR) me topé por lo menos a 2. Creo que había otros más ahí mismo en el departamento de computación, pero nunca fueron mis profesores. He de anunciar que este término no lo estoy usando como ofensa sino más bien (en mi caso) como admiración a sus personalidades.
El primero de mis profesores era un tipo amable, cortés, de buena apariencia, sumamente educado y letrado. Su nombre no es de importancia para esta lectura pero los que pasaron por compu en el Tec lo recordarán por sus corbatines y tirantes. Recuerdo que teníamos ya más de medio semestre andado y alarmantemente no habíamos tenido ni una sola tarea, menos aun un examen. Agudizando el problema, el curso era de circuitos digitales y programación de bajo nivel, pero el profesor solamente nos había hablado de premios nobel, sistemas numerales mesoamericanos, historia del Kanji japonés, paradojas de jardineros, teoría de la relatividad general (obviamente haciendo énfasis en sus implicaciones gravitacionales y geométricas), críticas a James Burke (por omitir detalles cruciales de la historia de Niels Bohr) y aun así le dio tiempo de cantarnos un hermoso soneto en Alemán. Pueden ver el problema: no habíamos visto mucho de circuitos digitales ni programación de bajo nivel.
Bastaba nada más que me preocupara un poquito por esta falta de exámenes y tareas para que al profesor se le ocurriera la primera tarea: "Diseñen un submarino. Debe ser capaz de sumergirse, subir, avanzar hacia adelante, controlar el sonar y daré puntos extra por cualquier otra característica relevante". Mi problema no era con el profesor, sino con el enunciado: no entendía si quería una maqueta, un dibujo, un programa de computadora, un tablero de circuitos que emularan el submarino o en última instancia un submarino real. Para esa altura del semestre, ya me había aliado con un compañero, por cierto una de las personas más brillantes que conozco. Como compartíamos varios cursos, la idea era repartirnos las tareas: unas las hacía yo y las otras él (práctica común en el Tec de aquel entonces). Esto me era sumamente conveniente porque yo cursaba otra carrera en Cenfotec. La tarea nunca llegó ni siquiera a nacer y ambos tuvimos un cero por nota.
Yo llegaba a las clases a las 7:30 AM y me dormía por lo cansado de llevar 2 carreras. Recuerdo una vez que el profesor iba a entrar en materia y como preámbulo dijo que veríamos la transición más importante de la computación en esa lección. Estábamos haciendo el diagrama de un circuito y me dormí en el cuaderno, cuando desperté el profesor decía: "y es aquí, donde el hardware deja de serlo y nace el software; simplemente maravilloso". Jalé aire con la boca para sostener las babas que se me salían de la dormida, y me sentí tan mal como no se pueden imaginar porque sentí que ese era un pedazo crucial de conocimiento que ahora no tendría.
Para el final del semestre había nacido el absent-minded student: yo. Sobra decir que perdí el curso y lo tuve que llevar después con un profesor aburrido. Es más, no era aburrido, era inhumano, agresor pasivo y tenía problemas sexuales muy serios que aun hoy en día me causan pesadillas. Pero ese es otro tema.
He de admitir que este primer absent-minded professor dejó una gran huella en mí: había algo en él que era agradable a pesar de ser absent-minded. Es más, diría que es admiración. Ese entonado acento alemán, sus ideas de numeración en base pi, su pasión por la poesía japonesa en kanji, su agilidad para explicar relatividad general a grotescos neófitos de 17 años, su pasado como fisicoculturista (no es broma), su memoria fotográfica y en general su aura de paz interior lo han hecho un modelo a seguir en mi dogma interno. Es un arquetipo difícil de no notar.
Mi segundo absent-minded professor llegó con el curso más interesante que he llevado en la vida. Fue idea de él el abrir este curso en la maestría en computación del Tec, pero me dejó matricularlo como electiva de bachillerato. El curso era de Principios de Computación Cuántica. Eramos seis estudiantes (tres de bachillerato más tres de maestría) y en retrospectiva ninguno estaba a la altura del reto. Dos de mis compañeros eran profesores de matemática en el Tec, ya sazonados y obviamente con mucho mejor agarre de álgebra lineal que yo.
Vimos diversos objetos como hiperesferas y brakets (bras y kets, para los versados en el tema). También estudiamos espacios de Hilbert, bases canónicas, códigos de detección de error cuánticos, transformadas rápidas de Fourier, algoritmo de Shor, qubits y otro chorro de cosas que ya olvidé. Para comprender espacios de Hilbert es necesario un entendimiento moderado de álgebra lineal, con lo cual los que no eramos profesores de matemática nos encontrábamos en tremenda desventaja. En una oportunidad el profesor nos dejó un examen para hacer desde la casa: seis preguntas y una semana de tiempo. Prácticamente todo el examen eran demostraciones matemáticas y yo hice el esfuerzo por responder a las seis preguntas, aunque tres de ellas no supe ni por donde empezar. Para mi consuelo, ni siquiera los profesores de matemática habían hecho esas tres preguntas y fue el profesor de computación cuántica quien impartió cátedra de demostraciones formales en espacios de Hilbert e hiperesferas de más de nueve dimensiones. Si todo esto les suena como un poco de palabras sin sentido, créanme que yo solo las repito y estoy igual de perdido que ustedes.
Recuerdo notas muy divertidas como "si construimos una computadora cuántica excluyente de entropía, ésta podría ejecutar algoritmos en cualquier dirección del tiempo lo que nos permitiría traer información del futuro". Hoy en día esto es verdad y es mentira dependiendo de quién les cuente el cuento (porque es cuántico - qué cómico) pero claramente éstas ideas formaron quien soy hoy día. Este profesor marcó huella en mí.
Ambos profesores comparten una característica conmigo: el Síndrome de Asperger. No estoy diciendo que ellos dijeran que lo tenían, sino que es mi opinión personal. Lo deduzco por su comportamiento, sus gustos, sus mentes y obviamente por ser absent-minded professors. Yo soy un Asperger y entiendo a la perfección algunos de los estigmas que vienen con esta bendición: que lo cuente mi familia o mis intentos de novias, la relación con la gente se torna un campo minado y constantemente majo las minas, todo por el placer de sumergirme en lo más profundo de mi ser y experimentar esa sensación de total aislamiento, total soledad que tanta claridad trae a mi pensamiento.
Investigando un poco acerca de este arquetipo, me doy cuenta de que hay historias legendarias como la de Andre-Marie Ampere: en las calles de París confundió el lado de un camión repartidor por pizarra, empezó a hacer un cálculo en él, caminó y luego corrió junto a él cuando el camioncito avanzó para poder continuar su trabajo. También, entre la tarde y la noche olvidó una cita para una cena que el mismo emperador Napoleón le había entregado. Esto es de todos los días para algunos profesores y compañeros míos y no me excluyo en cierto grado. Sin embargo, qué interesante se hace la vida con estos personajes.